sábado, 31 de mayo de 2008

Nubes mágicas


Mi otra abuela, Doña Rosa Heredia, nació en Cuba, tan cubana como las palmas mambisas. Con mi abuelo, Don Luis Ezpeleta Pérez, tuvieron seis hijos: Luis José, Rosita, Guillermo (mi papá), Carlos, Margarita y María Mercedes. La recuerdo siempre con su dulzura y su delantal y de mis recuerdos son estas "nubes mágicas".


Tantos recuerdos agolpados en mi memoria
alrededor de aquella casa,
la casona de la infancia de mi padre,
la casona de mi propia infancia.

De pequeña, entraba por el zaguán
—inmenso zaguán ante mis pequeños ojos—
y subía, trabajosamente subía
aquellos pocos escalones
para encontrar —de seguro—
a abuela Rosa con su limpio delantal
en la cocina,
o en el ancho pasillo que bordeaba el patio,
o junto al aljibe.

Le gustaba contemplar su cupey
—crecía allí como si
no debiera crecer en otro lugar—
y nos hablaba de él como de un ser querido.

Le gustaba sentarse con todos nosotros
a ver los animales,
los duendes, los gigantes, los árboles,
las flores en el cielo.
—¿En el cielo?—
Sí, animales de nube o nubes de animales,
y de duendes, y de gigantes
y de lo que quisiéramos ver.

Todos veíamos algo diferente,
y abuela siempre tenía un cuento
para cada nube, para cada uno de nosotros.
Y nos montábamos en aquel caballito,
le halábamos la trompa al elefante,
nos escondíamos del gigante
detrás de aquella roca inmensa,
y jugábamos con los duendes.

Ahora, tantos años después,
el zaguán es mucho más chico,
el patio se ha encogido,
abuela Rosa no está,
y tampoco estamos nosotros.

A las nubes allí
se les acabó la magia.

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