sábado, 31 de mayo de 2008

Hace ya 42 años

Mi hermana Olgui y yo nos dijimos un "hasta luego" un 14 de agosto de 1960. No lo sabíamos entonces, pero resultó un "adiós" largo, demasiado largo..., 42 años después fue que me decidí a escribir sobre este hecho que desgarró nuestros corazones. Gracias a Dios, siempre nos unió un hilo invisible que ni nosotras mismas sabíamos que existía, pero que logramos descubrir. Hoy somos las mismas hermanas inseparables de siempre.

hace ya 42 años
un 14 de agosto
todo mi ser
con mis pocos diez años
con mi ingenua alegría
—o mi alegre ingenuidad—
te decía hasta luego
con aquella mi pequeña manita
sin saber sin imaginarme
que era un adiós
tal vez un good bye
un hasta luego demasiado largo

hace ya 42 años
crecí y para mí eras
la hermana que estaba “allá”
con la que no pude compartir más
los juegos
los primeros amores
las dudas
las razones de vivir

hace ya 42 años
y compartimos hoy todo
la alegría
el dolor
la tristeza
el desasosiego
pero me pregunto
con la misma ingenuidad de antes
—por suerte la conservo—
¿dónde está ese tiempo perdido
que no pudimos compartir?

Solo hacia ti


Claro que no podía faltar un poema dedicado a quien me tuvo en su vientre por nueve largos meses y ha velado cada segundo de mi vida y la de mis hijos: Josefa Laplace, más conocida como Chefa.

Esa sensación que solo se siente
Cuando los dos corazones laten al unísono
Y tu mano, esa mano que tantos años
Ha acariciado mis cabellos,
Se siente más cálida que nunca.

Ese rubor que se siente
Cuando lees mis pensamientos,
Cuando descubres mis secretos,
Cuando sabes lo que pienso
Con solo mirarme a los ojos.

Ese saber que me quieres
Y que me diste la vida,
Que tornarías la noche en día
Con tal de verme sonreir.

Y esa alegría que siento
Al ver dulzura en tus ojos
Y al sentirte feliz
Cuando te doy una rosa.

Solo se siente contigo,
Solo se siente hacia ti, mamá.

Nubes mágicas


Mi otra abuela, Doña Rosa Heredia, nació en Cuba, tan cubana como las palmas mambisas. Con mi abuelo, Don Luis Ezpeleta Pérez, tuvieron seis hijos: Luis José, Rosita, Guillermo (mi papá), Carlos, Margarita y María Mercedes. La recuerdo siempre con su dulzura y su delantal y de mis recuerdos son estas "nubes mágicas".


Tantos recuerdos agolpados en mi memoria
alrededor de aquella casa,
la casona de la infancia de mi padre,
la casona de mi propia infancia.

De pequeña, entraba por el zaguán
—inmenso zaguán ante mis pequeños ojos—
y subía, trabajosamente subía
aquellos pocos escalones
para encontrar —de seguro—
a abuela Rosa con su limpio delantal
en la cocina,
o en el ancho pasillo que bordeaba el patio,
o junto al aljibe.

Le gustaba contemplar su cupey
—crecía allí como si
no debiera crecer en otro lugar—
y nos hablaba de él como de un ser querido.

Le gustaba sentarse con todos nosotros
a ver los animales,
los duendes, los gigantes, los árboles,
las flores en el cielo.
—¿En el cielo?—
Sí, animales de nube o nubes de animales,
y de duendes, y de gigantes
y de lo que quisiéramos ver.

Todos veíamos algo diferente,
y abuela siempre tenía un cuento
para cada nube, para cada uno de nosotros.
Y nos montábamos en aquel caballito,
le halábamos la trompa al elefante,
nos escondíamos del gigante
detrás de aquella roca inmensa,
y jugábamos con los duendes.

Ahora, tantos años después,
el zaguán es mucho más chico,
el patio se ha encogido,
abuela Rosa no está,
y tampoco estamos nosotros.

A las nubes allí
se les acabó la magia.

Conversación con una flor



Mi abuela, Doña Josefa Aused salió también jovencita de España, de una aldea en los Pirineos Aragoneses llamada Barbaruens. En su primer matrimonio tuvo dos hijas: Nieves y Lilia, y en su segundo matrimonio con Don Juan Laplace tuvo tres hijas --Juana, Josefa y Carmen-- y un varón --Juan, en Holguín, pueblo del que hizo su propio terruño. Tenía pasión por un tipo de flor con la cual yo tuve una conversación en homenaje a ella y quiero compartirla contigo:

Quizá porque aparentemente ninguna belleza te adorna.
No, no te pongas brava, no hagas ese mohín con tus pétalos
y escúchame, por favor.
Eres poseedora de cinco pétalos de forma nada conmovedora
—convencionales, diría yo.
Ni siquiera eres una flor altiva que se yerga entre las restantes.
Si tuvieras más pétalos, como los heliotropos, serías más atrayente, ¿no?
Pero eso es precisamente lo que me gusta; eres sencilla.
Tu ingenuidad se trasluce en esa forma simple de tus pétalos,
poseedores de una gran capacidad para la ternura.
Además, ¿te has fijado en tus colores?
Nada llamativos, poco intensos los tonos.
Es como si no te maquillaras.
Por eso te prefiero, por tu naturalidad.
Cuando te veo blanca, tu pureza resalta por sobre otras virtudes
y me parece por instantes que solo yo tengo el privilegio de disfrutarla,
como quien disfruta —a solas— de un concierto.
Cuando te me presentas malva-rosa,
es como si la eterna juventud estuviera por ti representada.

Y siempre, con ese donaire de sencillez.
luciendo tu modestia con modestia.
Yo te veo así, pero parece que otros no.
Es como si no te pudieran ver más allá de tu exterior,
o como si no te vieran, simplemente.
Los poetas le han cantado a las rosas, a los girasoles,
a las margaritas, a las orquídeas, a las mariposas, y a tantas otras...
y de la sensibilidad de esos poetas nadie duda.
Han sabido penetrar por entre los pétalos de esas flores.
¿Será que esos poetas nunca han tenido cerca un cantero sembrado de ti?
... es posible.
No tienes la fragancia de la rosa, ni del jazmín.
Pero yo te siento el aroma de la agradecida flor ante el rocío,
ese olor tan propio, tan tuyo, y que nadie ha podido
—ni creo podrá, para beneplácito mío—
encerrar en un frasco de cristal.
Quizá te prefiero porque te pareces a mí;
ningún atractivo, al menos aparente.
Mi sola presencia no estremece ni flecha corazones.
A veces quisiera compartir contigo este cantero y quedarme en una rama.
Desde allí todas las noches saludaría a las estrellas al vaivén de la brisa,
agradecería el rocío en la mañana
y recibiría con una sonrisa al primer rayo de sol.
¿Compartirías conmigo esas delicias?
... yo no quisiera molestarte, y mucho menos causarte pena.
Es que a veces te veo tan sola,
y hasta me parece que otras te miran tan altaneras
desde altas ramas, desde los jarrones, ...
no me gusta que te hieran,
levanta con altivez tus pétalos, que así,
en compañía de las verdes hojas se ve más hermoso el cantero.
Al menos, si no compartimos el cantero,
¿estarías de acuerdo en compartir nuestros secretos?
Todas las noches te hablaré de mis cuitas
y tú me contarás los secretos de los grillos
y los recuerdos de mi abuela
que yo bien sé lo mucho que conversaba contigo
porque... eras su preferida.
A veces te decía hija, y otras veces: violeta.
Como antes, con mi abuela,
vuelves a ser la preferida en el jardín.
¡Hasta mañana, vicaria!

Huellas


Mi abuelo, Don Juan Laplace y Saavedra, salió de su natal Barjas (León, España) hacia Cuba, siendo un chaval. Hizo en la ciudad de Holguín una familia muy linda a la cual me honro en pertenecer y quise dejar para siempre el recuerdo de nuestro abuelo en este bosque de bojs:

La huella había quedado en mí grabada,
y como toda huella en el alma,
para siempre.

Indeleble huella
que le ha hecho mofas al tiempo
y le juega bromas cada año,
cada julio,
a las velitas del cake.

Huella del recuerdo de León,
que el viento del Este trajo,
llenando de salitre
la única foto de Bárbara.

Huellas de cantares y de boinas
que él grabó con paciencia en nosotros,
aspirando el humo
del horno de carbón cercano.

Huellas de estampas de su España,
que las hizo nuestras
con las mismas callosas manos
con que acariciaba nuestros sueños.

Huellas de la España, la palmada y el olé,
custodiadas en mi memoria
por la dulce mirada de quien
siempre está: mi Don abuelo Juan.

viernes, 30 de mayo de 2008

Ante una foto

Allá por el año 1959, mi padre, Guillermo Ezpeleta Heredia, visitó Guatemala y una de las primeras cosas que quiso saber fue dónde estaba enterrada la Niña de Guatemala, María García Granados. Lo llevaron al cementerio de Antigua Guatemala y allí fue mi padre a llevarle flores. Ante esta foto y recordando a ese gran hombre que más que padre fue mi amigo, mi confidente y... que aún lo es, escribí el poema "Ante una foto":


“Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor;...

Nunca me lo contaste en detalles.
Pero me parece verte llegar a la ciudad
—a esa ciudad de piedras e historia—
y preguntar por el río donde ella murió (de amor).

Nadie pudo responderte.
Entonces te mostraron la casa de la familia
—esa casa que aún guardaba Su Voz—
donde querías hallar aquella almohadilla de olor.

Nadie la había vuelto a ver. Nunca más.
¿Quién dijo, papá, dónde estaba ella?
No se verían, pero no podías dejar
de llevarle jazmines y lirios.
No hablarían, pero ella sabría que todos los desmemoriados
la hemos recordado siempre.


... La niña de Guatemala,
la que se murió de amor”.

José Martí

Sitio poblado de boj



Soy un sitio poblado de boj
y no lo sabía...
Sin embargo,
siempre he estado plena, llena
—¿de boj?—
de amor, de aciertos y desaciertos,
de ternura
de cuánto sentimiento
y de llantos, ¿por qué no?

Soy un sitio poblado de boj
donde quiera que me encuentre
y llevo todos los bojs del mundo
conmigo, en mí,
pero nadie lo sabía hasta hoy
en que lo he confesado.

Soy un sitio poblado de boj
y sigo siendo yo,
esta mujer todo sentimiento,
esta mujer, aunque no lo crean, tímida,
esta mujer que por encima de todo
es fiel a ella misma y a sus antojos.

Soy un sitio poblado de boj
y dicen que nací en 1950
—en la misma mitad del siglo xx—
pero no, mis bojs, mi yo-boj
nació en 1095, quizás antes.

¡Cuánto tiempo llevo siendo
—y seguiré siendo—
un sitio poblado de boj!