domingo, 1 de junio de 2008

Él quería creer en ella..., pero no podía


ÉL quería creer en ella..., pero no podía.
Había andado muchos pasos y no llegaba a verla,
tenía tanta sed, y no podía beberla,
estaba turbia y no era esa el agua que necesitaba,
de la cual había tomado una vez, tan quedo,
que por mucho tiempo no volvió a experimentar esa sensación.

Pero ahora la necesitaba... y solo ELLA debía ser.
Caminó por escabrosos senderos y espacios rutilantes,
la buscó en parajes llanos y en altos páramos, pero...
Nada, la búsqueda resultaba infructuosa.
ELLA no aparecía.

Ya deliraba y creía verla a cada paso.
Necesitaba tenerla cerca, tenerla,
y la llamaba como un loco.
ELLA tenía que oírlo,
debía saber cuán necesaria le era
y acudir a su llamado.

Ya extenuado, las estrellas lo rodearon
y lleváronle por un camino galáctico hasta su gruta.
Calladas, se fueron a cumplir su misión nocturnal
y allí le dejaron.
Solo se escuchaban las notas de un arpa eólica
y la palabra que ÉL adormecido musitaba: ELLA... ELLA

De pronto, sintió como si su cuerpo se cubriera de una agradable humedad, un aroma delicioso lo rodeaba, pétalos lo acariciaban.
Sació su sed con vehemencia ardorosa
y en sus labios sintió el néctar inconfundible de ELLA.

Entonces creyó en ELLA. ¡Era ELLA!
Acudía a su llamado.
No eran necesarias las palabras,
confundiéronse en un abrazo que cual destello los unía para siempre;
el sexo de ELLA fue de ÉL, y el de ÉL fue para siempre de ELLA.

Y en esa unión ÉL dio la bravura, ELLA la belleza;
ELLA dio el agua y ÉL dio el espacio.
Brotaron entonces, de aquella gruta, los mares.

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