lunes, 2 de junio de 2008

Solo entonces sonreí

Nunca antes había percibido esa sensación, tan extraña...
Me encontraba en un lugar en que no había estado
y sin embargo, me resultaba familiar.
En realidad, no todo me era familiar,
pero algo me hacía no sentirme como una extraña
y no supe qué era hasta... después de haber regresado.
Entonces sonreí.

Sí que era extraño el lugar,
Todo estaba envuelto en una neblina rosa, brillante, casi transparente
y aunque hubiera parecido un paisaje agreste,
la música le proporcionaba cierta belleza.
¿La música?, sí, el ambiente era musical
y una melodiosa brisa me envolvía,
imprimiéndole caprichosos movimientos a mi túnica azul celeste.

Yo caminaba, aunque a decir verdad,
me deslizaba a pocos centímetros de aquel suelo pedregoso
de los colores más vivos que puedan imaginar.
Cuarzos, malaquitas, mica, rodomitas, aguardaban mi andar
y parecía como si me recibieran con un murmullo musical,
casi imperceptible.
Y la luz.
No sé de dónde provenía aquella mortecina luz que reinaba en el lugar.
Hubiera parecido en ocasiones lúgubre, pero no lo era.
¿Dónde estaba?
¿Cómo había llegado hasta allí?
¿Qué me había llevado hasta ese lugar?
¿Para qué?

Y todo lo contrario a lo que pudiera ser,
yo no me sentía sola aunque nadie había por aquellos solitarios parajes.
Recorrí así aquel lugar y a cada golpe de vista
recibía una impresión diferente, una belleza distinta.
De veras que es una lástima que no haya sido pintora
para llevarlo a lienzos, ni que haya sido escritora para describirlos.
Lo mismo me veía ante un paisaje volcánico,
que ante un precioso y brillante mar,
que ante una vasta llanura,
o ante una cadena de nevadas montañas.

¿Ya dije algo de la música?
Lamenté no llevar papel y pluma,
pero creo que ni habiéndolos llevado
hubiera podido trasladar al pentagrama
tan bella, extraña y sensible melodía.

Decidí sentarme en una gran roca
desde donde podía mirarme en aquella superficie brillante.
Me sentía... tan extasiada...
Un leve temblor recorrió mi cuerpo, ya no estaba sola,
en la brillante y azulada superficie apareció ÉL.
¿Sería cierto?
No quería levantar los ojos
para no tropezar con la triste realidad que no estuviera.
Pero aquella sonrisa me decía, como otras veces:
“Ya estoy aquí, ven...”

Fue entonces que mi mirada tropezó con la de ÉL,
solo entonces sonreí.
¡Era ÉL!
Yo sabía que volvería a verlo...,
me vi de pronto en sus brazos,
mis labios se confundieron con los de ÉL y pude acariciarlo,
sus dedos se enredaron en mis cabellos,
mis uñas arañaron suavemente su espalda...

No nos dijimos nada, la música nos embelesaba
y si nuestra unión siempre había sido bella,
lo era más aún...
Nada enturbiaba la armonía del momento,
ciegos de ensueño nos amamos intensamente
hasta que el rocío del amanecer humedeció nuestra piel,
refrescándola.

Fue entonces cuando le pregunté:
“¿Dónde estamos?”
Y me contestó:
“En mí”.

No sabía yo cómo había llegado hasta allí,
pero nada me interesaba a no ser el disfrute del lugar,
del amor, de nuestro amor.
Caminamos de la mano bajo aquel cielo iluminado por tres soles;
ahora me daba cuenta que no era azul, era rosa.

ÉL se acercó al suelo y escogió una pequeña piedrecita
que despedía destellos arco-iris. Me la regaló.
¡Cuán bella era!
La contemplamos unos segundos en mi mano derecha y la cerré,
queriendo atrapar con ello la felicidad.

Nos amamos nuevamente,
con vehemencia nos besamos,
nos entregamos el uno al otro, como tantas veces...

Presentía que el momento de la despedida iba a llegar
—no me pregunten por qué—,
pero no quería pensar en ello.
Pretendía tan solo ser feliz..., nuevamente.
Hubiera preferido quedarme, no regresar nunca más, pero...
... desperté. A mi lado, el espacio vacío de ÉL.
En mi pecho, el libro que leía antes de dormirme;
el diario de mi esposo en la expedición a aquel planeta,
de la cual no pudo regresar más.

De mi mano derecha salían unos destellos arco-iris,
la abrí y no me cansé de mirar una diminuta y extraña piedrecita...
... solo entonces sonreí.

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